mercredi 16 juillet 2008

PERSPECTIVAS SISTEMICAS


Ecología de las ideas
Constructivismo, construccionismo social y narraciones ¿En los límites de la sistémica?

por Mony Elkaim (*)

Hacia fines de los año setenta, el sistema que se estudiaba la mayoría de las veces en terapia familiar era el de la familia, y se consideraba generalmente al terapeuta como un observador externo. Muy pocos terapeutas se interesaban en el sistema terapéutico.

Este abordaje aceptaba implícitamente que existía una realidad objetiva exterior a nosotros, realidad que era necesario develar para ayudar a los pacientes a deshacerse de la red en la que estaban capturados.

Sin embargo, a partir del comienzo de los años ochenta, y más particularmente después de la publicación en alemán en 1981 de la obra dirigida por Paul Watzlawick, "La realidad inventada" (1), un nuevo movimiento llamado constructivismo se expandió en el ambiente de los psicoterapeutas de familia: este enfoque invocaba los trabajos de Ernst von Glasersfeld (2), de Heinz von Foerster (3), de Humberto Maturana (4) y de Francisco Varela (4).

Luego, unos años más tarde, el constructivismo fue atacado a su vez en nombre del "social construccionismo" (construccionismo social); nuevas formas de terapia que insistían sobre las narraciones o las soluciones propusieron, entonces, reemplazar la metáfora cibernético/sistémica por la metáfora, esta vez postmoderna y antropológica (5). Querría comenzar esta introducción describiendo brevemente las tesis constructivistas, exponiendo las teorías de los representantes del construccionismo social y las críticas que estos han dirigido al construccionismo; después de lo cual presentaré las principales escuelas de estas dos corrientes, así como ciertos autores que han encarnado estos movimientos en el campo de la psicoterapia.

Los trabajos e Heinz von Foerster sobre la segunda cibernética, así como los de Humberto Maturana y Francisco Varela sobre la percepción, estuvieron parcialmente en el origen de la aplicación de las teoría constructivistas al dominio de la terapia familiar.

Heinz von Foerster (6) insistió sobre la relación entre el sistema observador y el sistema observado, mostrando que estos dos sistemas son inseparables. Poniendo el acento sobre la ética y adjudicando un lugar esencial al vínculo que ponen en relación al otro con uno mismo ("esta relación es la identidad", decía él), consideraba que realidad y comunidad van del a mano; y además desarrolló este punto de vista en una introducción a un artículo de Francisco Varela en la cual indicaba que al ubicar la autonomía del observador en el centro de su filosofía "Kant no tenía como intención efectuar un movimiento desde la objetividad hacia la subjetividad, sino más bien fundar una ética, porque había visto claramente que sin autonomía no podía haber responsabilidad ni por consiguiente ética".

El terapeuta era generalmente considerado como un observador externo y muy pocos terapeutas se interesaban en el sistema terapéutico.

Maturana y Varela (8), en lo que a ello respecta, subrayaron que la percepción visual nace en la intersección de aquello que se ofrece a nosotros y de nuestro propio sistema nervioso: ellos han demostrado que aquello que nosotros vemos no existe en tanto que tal, al exterior de nuestro campo de experiencia, sino que resulta de la actividad interna que el mundo externo dispara en nosotros. Maturana ha establecido igualmente que los criterios de validación de una experiencia científica no tiene necesidad de la objetividad para funcionar: lo que es necesario para el investigador no es un mundo de objetos, sino una comunidad de observadores cuyas declaraciones formen un sistema coherente, y es por esto que este biólogo pone la objetividad "entre paréntesis".

En definitiva, tanto para Maturana como para Varela, el lenguaje no fue inventado por un sujeto que buscaba aprehender el mundo exterior; los seres humanos son para ellos seres "lenguajeantes" (**) fundamentalmente indisociables de a trama de acoplamientos estructurales que teje el lenguaje.

Gracias a estos pensadores constructivistas, los terapeutas familiares han sido llevados a descubrir que la construcción mutua de lo real en psicoterapia cuenta más que la búsqueda de la verdad o de la realidad. Este descubrimiento ha tenido por lo menos cuatro implicaciones capitales en el campo terapéutico:

  • en la medida en que acoplamientos diferentes hacen emerger mundos diferentes, y sin embargo compatibles, una psicoterapia exitosa no implica que el terapeuta ha tenido razón, sino que la construcción que él h edificado con los miembro del sistema terapéutico es operativa; - asimismo, la intervención del terapeuta, en lugar de apuntar a hacer surgir alguna "verdad" pretendidamente aprovechable para el sistema o para sus miembros, debe tender más bien a aumentar el campo de las posibilidades;

  • es conveniente notar, por otra parte, que el concepto del acoplamiento estructural tal como Maturana y Varela lo han elaborado para describir aquello que se manifiesta en la intersección de un sistema determinado por su estructura y un medio en el que el sistema se inserta (8) , mantiene la importancia de la autonomía individual y, por lo tanto, de la responsabilidad personal;

  • finalmente, aquellos que, como Foerster, se niegan a separar al observador del sistema observado son confrontados inevitablemente con una paradoja auto referencial; les es necesario formular imperativamente el problema en otros término para evitar recaer en la eterna pregunta: ¿Cómo es posible hablar de una situación de la cual nosotros participamos sin que nuestras descripciones sean contaminadas por nuestras propiedades personales?

Entre los numerosos congresos de terapia familiar que se llevaron a cabo acerca de temas constructivistas en los años ochenta, algunos han tenido una importancia particular. Uno de los primeros congresos referentes a este dominio fue organizado en febrero de 1985 en Saint- Etienne bajo la égida de Reynaldo Perrone, psiquiatra y terapeuta familiar especialista en el tratamiento de comportamientos violentos intrafamiliares; fue en el curso de este encuentro, en el cual participaron Edgar Morin y Carlos Sluzki, que Humberto Maturana y Heinz von Foerster fueron presentados por primera vez a los terapeutas franceses. Luego el Mental Research Institute ( Instituto de Investigación Mental) de Palo Alto organizó en 1987, en San Francisco, un coloquio titulado "Maps of the world, maps of the mind" ( Mapas del mundo, mapas de la mente"). Es conveniente, finalmente, agregar a esta lista los dos seminarios que la Gordon Research Conference organizó sobre el tema de la cibernética, primero en junio de 1986 en Wolfeboro (New Hampshire), luego en enero de 1988 en Oxnard (California): muchos terapeutas interesados por las tesis constructivistas (entre ellos, Lynn Hoffman, Tom Andersen, Bradford Keeney, Carlos Sluzki, Kart Tomm y yo mismo) se encontraron allí.

Fue hacia fines de los mismos años ’80 que las teorías del construccionismo social tomaron vuelo en los Estados Unidos.

Kenneth J. Gergen, profesor de psicología e el Swarthmore Collage en Pennsylvania, que se encuentran entre los principales representantes del construccionismo social en el dominio de la psicología, ha descrito este nuevo campo en ocasión de un encuentro reciente.

A sus ojos, las significaciones, así como el sentido de sí mismo y las emociones nacen de un contexto intrínsecamente relacional: no solamente el "yo" y el "tu" se manifiestan en el ceno de los diálogos permitidos por las relaciones humanas, sino que la identidad, ella misma, es producida por las narraciones surgidas de intercambios comunes, remitiendo, en efecto, a las narraciones del yo a las relaciones sociales más que a las elecciones individuales (III); desde esta óptica, incluso las emociones corresponden a modos de funcionamiento social, porque ellas están insertas en secuencias y escenarios comunes.

Gergen propone a los terapeutas reemplazar las metáforas mecánicas de la cibernética por metáforas extraídas de la teoría literaria o de la antropología postmoderna: él sitúa decididamente al construccionismo social en la era postmoderna, definiendo el modernismo como una visión del mundo enraizada en los siglos XVI y XVII.

Según este autor, el modernismo asimilaba al mundo a una gigantesca máquina que los hombres debían y podían comprender, esperando que la comprensión del funcionamiento de esta máquina produjera conocimientos garantes de un progreso ilimitado: de manera que el pensamiento moderno ponía el acento sobre los proyectos, la evolución, la objetividad y la racionalidad. Mientras que el pensamiento postmoderno habría nacido hacia el fin de los años sesenta, juntamente con el cuestionamiento de un orden político amoral que se preocupa únicamente en acumular más riquezas y poderes; el enfoque moderno asocia, por consiguiente, la reivindicación ética con la desconstrucción de los conceptos de la racionalidad, objetividad y progreso.

En su obra titulada "Realities and relationships" (Realidades y relaciones"), Kenneth Gergen analizó las relaciones anudadas entre el constuctivismo y el construccionismo social: al concebir ambos el saber como una construcción del espíritu y al rehusar uno y otro definir el conocimiento como el reflejo fiel de una realidad o de un mundo independiente de nosotros (concepción característica del modernismo), estos dos enfoques rechazan el dualismo sujeto/ objeto. Pero para los construccionistas, conceptos tales como "el mundo" o el "espíritu" no tiene el estatus ontológico que parecen atribuirles los constructivistas, porque ellos pertenecen a prácticas discursivas y son, por lo tanto, susceptibles de ser discutidos y negociados en el lenguaje. Según Gergen, el constructivismo está ligado aún a la tradición occidental del individualismo en la medida en que describe la construcción del saber a partir de procesos intrínsecos al individuo, mientras que el construccionismo social, por el contrario, busca remontar las fuentes de la acción humana a las relaciones sociales. En ese sentido que él afirma: "la construcción del mundo no se sitúa en el interior de la mente del observador, sino más bien, en el interior de diferentes formas de relación". Las consecuencias de este enfoque para la psicoterapia podrían ser las siguientes, de acuerdo a Gergen:

  • -los intercambios verbales entre el terapeuta y el paciente no refleja una cierta verdad, no se trata de verificar o aplicar una teoría preconcebida, sino de comprometerse en un diálogo potencialmente productivo;

  • -cuando el paciente habla de tal o cual problema, es importante interrogarse acerca del contexto relacional preguntándose hacia quién dirige ese discurso y con qué fin. La evocación de una depresión, por ejemplo, puede ser un medio de reunirse con el prójimo, de invitar a otras personas a entrar en ciertas "danzas" específicas;

  • - al ser los significados co- generados por el paciente y el terapeuta en el contexto terapéutico, no existe más una voz única, así como no existe un yo unificado: no hay una voz sino varias, e incumbe entonces al terapeuta, a partir del especto pragmático del lenguaje terapéutico, ayudar al paciente a hacer surgir en él otras voces que le permitan orientarse hacia otras formas de "conversación".

"Los conversadores"

Numerosas escuelas se hicieron eco de estos últimos desarrollos. Harry Goolishian y Marlene Anderson (12), estimando que el vivir es comprendido y sentido a través de las realidades narrativas socialmente construidas, se pronunciaron a través de terapias centradas en la "disolución del problema" (dissolving therapies), por oposición a los solving therapies, centradas sobre el síntoma.

Para estos dos autores, la intervención terapéutica es un principio obsoleto: el terapeuta no interviene más sino que se contenta de participar en la conversación terapéutica a partir de una "posición de perplejidad".

Para Michael White, terapeuta familiar que ejerce en Adelaida, Australia, el terapeuta, inspirándose en Derrida, debe buscar reconstruir las "verdades" que fueron separadas de las condiciones y los contextos de su producción. Pensando en la senda de Michael Foucault, que los dominios de conocimiento son dominios de poder, White adhiere a la definición foucaultiana de la exclusión como consecuencia del a aceptación de una identidad socialmente atribuida: tanto para las personas como para los grupos, sería la identidad impuesta al individuo marginalizado la que crearía la exclusión, más que la no- pertenencia a tal o cual colectividad. Reencontrando por otro lado las intuiciones antipsiquiátricas de los años sesenta, él estima que es fundamental develar la "naturaleza política" de las interacciones locales y se esfuerza, por lo tanto, en exteriorizar los discursos interiorizados gracias a las "conversaciones terapéuticas" que apuntan a "repolitizar" aquello que había sido despolitizado. Muy atento, en definitiva, a la importancia de los "relatos" para la construcción de las significaciones de las experiencias individuales, él considera que los conocimientos culturales pueden terminar por constituir un factor de "subjetivización"; para él entonces, es en el espacio creado en terapia por la exteriorización de algunos de estos discursos interiorizado, en la distancia nueva que la persona tiende a establecer con "sus relatos", que las narraciones alternativas pueden eventualmente, edificarse.

LA TERAPIA SISTEMICA

La terapia sistémica es un modelo de psicoterapia que se aplica para el tratamiento de trastornos y enfermedades psíquicas concebidas como expresión de las alteraciones en las interacciones, estilos relacionales y patrones comunicacionales de un grupo social comprendido como un sistema.

Es un enfoque psicoterapéutico que, si bien tiene sus orígenes en la terapia familiar, ha venido cristalizando en el transcurso del último medio siglo en lo que hoy se prefiere denominar terapia (o psicoterapia) sistémica, para puntualizar el hecho de que no es imprescindible que sea la familia el foco de atención para que la mirada terapéutica sea sistémica. Es así como los conceptos sistémicos, así como sus métodos y técnicas terapéuticas pueden igualmente aplicase a la pareja, a los equipos de trabajo, a los contextos escolares y también a las personas individuales. Lo que resulta decisivo es que el énfasis esté puesto en la dinámica de los procesos comunicacionales, en las interacciones entre los miembros del sistema y entre los subsistemas que lo componen. También en el caso de la terapia individual el enfoque se orientará principalmente al cambio en los procesos de comunicación e interacción manteniendo la idea básica sistémica de ver a la persona en su entorno, es decir en el contexto del sistema o de los sistemas de los que forma parte.

Inicialmente el enfoque se basó en la interacción bidireccional de las relaciones humanas, con fenómenos de retroalimentación constantes que influyen en la conductas de los individuos, siendo el más afectado el llamado miembro sintomático que expresa la patología psiquiátrica y al cual muchas veces se le estigmatiza. Es por eso que en su origen, esta terapia se desarrolló para las familias en cuyo seno había alguien que sufría una enfermedad psíquica grave. Sin embargo, al pasar de los años y con mayor desarrollo teórico, el concepto de "enfermedad" se evidenció como inadecuado para designar fenómenos psiquícos que se definían como producto de patrones comunicacionales y pautas de interacción alteradas. El "enfermo" resultaba ser más bien el portador de los síntomas de una dinámica disfuncional que ocurría en el sistema.

La terapia familiar sistémica se desarrolló a lo largo de la segunda mitad del siglo XX en diferentes direcciones que abarcan desde las concepciones estructurales clásicas de Salvador Minuchin hasta enfoques sistémicos menos directivos, sin pretensiones de “objetividad” del terapeuta. Esta última idea está presente en la postura constructivista basada en los postulados epistemológicos de los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela.

La frecuencia de las sesiones suele ser menor que la observada en terapias de otras orientaciones. Puede mediar bastante tiempo entre una sesión y la siguiente (de dos seis semanas), mientras que el número total de sesiones, aunque básicamente dependa de los avances obtenidos en el proceso psicoterapéutico, se sitúa en un promedio de entre 10-14 sesiones.

Los mejores resultados se obtienen en trastornos alimentarios, drogodependencias y conductas infantiles disfuncionales. En depresiones clínicas, la terapia sistémica de pareja ha resultado eficaz.